lunes, 16 de marzo de 2015

Perdona si no te llamo amor.



Perdona si esto no es el cuento que viene en los libros. Y perdona, aún más, que igual podría haberlo sido, hace algún tiempo.
Perdona si no te escribo algo bonito y que tengas que leerlo en mis ojos.
Perdona si no te canto algo que te guste y que tengas que escucharlo en mi voz.
Perdona si no te digo que sin ti no puedo vivir, porque ya sé que sí puedo.
Perdona si intento disfrutar mi otra vida, la de cuando tú no estás. A cambio te dejo que disfrutes la tuya también, la de cuando yo no estoy. De vez en cuando viene bien.
Perdona si no soy el héroe de la peli que tanto te gustó.
Perdona si no muero por ti, porque jamás he muerto por nadie. Y espero que siga siendo así.
Perdona si no te pinto un futuro lleno de colores. Porque no sé como será. Y además, se me da fatal dibujar.
Si quieres algo de eso, creo que puedes tenerlo. Creo que aún se oferta.
Lo malo de ello es que puede ser mentira. O peor aún: Puede ser verdad. Durante un rato.
Yo hace tiempo que no puedo ofrecerlo y, mucho menos, prometerlo.

En definitiva:
Perdona si no te llamo amor.


Perdona si no hago nada de esto, porque me lo sé de memoria.
Porque después de ello, lo fácil se complica.
Porque cuando lo que tienes, lo que te ocurre o lo que te pasa se define, ya solo puede ir hacia abajo.
Como cuando llegas al punto más alto de una montaña. Y a mí lo que me ha gustado siempre es la escalada, con sus máximos y sus mínimos, sin llegar al óptimo y tener que ver el vacío que queda por delante.
Si quieres, si estás a gusto, si te sientes bien aquí, quédate el tiempo que te apetezca.
Quédate, en serio. O mejor, en broma. Ni siquiera necesito que te lo tomes en serio, mejor así.
Disfruta, ríe, sonríe. Aquí y ahora. No le pongas nombre, y mucho menos fecha.
Porque lo que no tiene fecha de inicio, no la puede tener de caducidad.
¿Para qué quieres todo lo que he escrito arriba, si tienes lo de abajo?
Igual el sacarte una sonrisa tiene más de las 4 letras que cualquier poema.
En todo caso, apuesto que tu sonrisa sincera es más bonita que el mejor texto del mejor autor.
Y, además, cuando llegue el momento, no te preocupes:

Aunque no te llame amor, yo te voy a querer igual.

martes, 24 de febrero de 2015

29 de febrero.

29/02/XX:



Cada cierto tiempo siempre estás igual.
Es hora de hacer algo más fácil, darle a la suerte más opción de sonreírte.
Crees en lo que haces como aquel que espera un 29 de febrero.. al principio piensas: ¿Tocará esta vez?, y en marzo ya sabes que no, que este año tampoco.
Tropiezas, tropiezas, tropiezas. Eres un suicida. Y aún tienes ganas de reírte después de cada misión fallida.-


-Yo te digo que no has entendido nada.
Que la hora no esté fijada es la mayor de mis suertes.
Volveré a tropezar una y otra vez y eso para mi ya es suficiente.
Porque no hay peor suerte que la de aquel que se quedó encerrado en una fecha y no es capaz de tachar el día.
Lo ves a diario. Personas esperando el 29 de febrero sin saber que este año tampoco es bisiesto.
Mala suerte de verdad la de aquel que no encuentre algo que vuelva a hacer funcionar su reloj. O alguien.
Si ese alguien eres tú, mejor. Y si no, mejor. Aunque no tenga sentido.

Puedo decir que las manecillas ya corren, los minutos pasan y yo me encargo de que cuenten.
Hay que hacer algo con el tiempo, y no siempre tiene que ser el amor(en sentido metafórico).
Haz la amistad, el cariño, la alegría, la felicidad. ¡Haz los sueños! 'Hacer los sueños', ¡qué estúpido! Hazlos realidad, quiero decir.
Tropieza, pero dale oportunidades a más proyectos, a más ideas y, ¿por qué no?, a más piedras.
O a diamantes. Porque ya que estás, que menos que tus piedras brillen, como las mías.
Entiendo por diamante a cualquier cosa que te apasione, te haga sentir vivo, te haga latir el corazón, algo por lo que merezca la pena levantarse por las mañanas y que no te deje dormir por las noches.
Por suerte tengo muchos, y siempre estoy dispuesto a darme una nueva oportunidad.

Y yo no tengo ni idea de cuando la suerte me sonríe, pero la vida si que lo hace a menudo.
Mucho más desde que yo la hago sonreír de vez en cuando.

Por eso, amigo mío, aquí te expongo mi nuevo tropiezo de antemano, por lo que pueda pasar.
Al menos estás más vivo, al menos, de vez en cuando, lo tocas con los dedos.
Es por todo ello ,y no necesariamente todo ella, que río.

Dentro de cuatro años, en 29 de febrero, me podrás contar qué tal todo este tiempo esperando.
Yo te contaré lo que he llorado, fracasado, perdido y, sobre todo, intentado.
O puedes dejar las piedras y venirte a buscar diamantes, igual algún día nos/te/me sale cara.
Y si tropezamos, por lo menos no habrá sido esperando 4 años la misma piedra.-, le djio Alicia al gato.

martes, 15 de julio de 2014

Comprarme unos manguitos.



Sentando en un precipicio acostumbro a hacer cosas que se me dan bien, pero que me gustaría mejorar: cantar una canción, escribir una carta, querer para toda la vida.

Mamá siempre me avisó de que no me asome mucho al agua o que, por lo menos, lleve manguitos.
Tonta ella, que se cree que aún tengo 4 años.

Si sentando en el abismo sientes una mano en la espalda solo puede ser un abrazo o un empujón.
O un empujón disfrazado de abrazo, que son fatídicos porque no los distingues y, cuando te das cuenta, ya es tarde.

Así que caes y el agua está helada, como suele estar cuando te metes de golpe y no poco a poco.
Piensas que ahí te quedas hasta que te das cuenta de una cosa.
Las grandes decepciones son como un asesino fallón: crees que te va a matar seguro, pero al final sales vivo. Herido, pero vivo.

Luego nadas, nadas y nadas. Parece que no va a tener fin, hasta que, de una vez por todas, pisas tierra firme.
Sigues estando mojado. Quédate con la primera sonrisa que te seque, como aconsejó el gato a Alicia: 'Si solo quieres salir de aquí, todos los caminos son buenos'.

Mamá está diciéndome que ella ya lo sabía, yo le contesto que la próxima vez no habrá precipicio.
Ella me aconseja hacerme un tatuaje para que no se me olvide, yo pregunto: ¿para qué?, ¿acaso las cicatrices no son igualmente eternas?

Bueno, igual debería comprarme los manguitos.
Aunque solo sea por si me da por volver a hacer cosas de niños de 4 años.
Que sé yo: dejar el orgullo a un lado, llorar como si no hubiera mañana, amar con locura.


viernes, 30 de mayo de 2014

He aprendido.

He aprendido que madurar no sirve para nada, si no aprendes la lección.
Que soñar, leer, escribir y la poesía son cosas que te elevan a las nubes, pero que si no eres capaz de volver a la tierra a tiempo igual te quedas sin ganas de soñar.
Que la humildad es necesaria, pero que cuando estés solo en el pozo lo único que te va a levantar es el optimismo y la confianza en ti mismo.
Que después de todo solo quedas tú, los momentos y lo que has aprendido.
Que luchar hasta el final igual no te lleva hasta la meta, pero sí es una almohada confortable.
Que solo sabes dónde te metes mucho después de haber salido.
Que no todos somos capaces de expresar nuestros sentimientos utilizando el rostro, pero que saber emocionar a los que quieres con un par de palabras (verdaderas) sobre el papel te hace sentir bien.
Que cuando más te dedicas a escribir, es cuando más vacío estás.
Que si dedicas mucho tiempo a hablar sobre la felicidad, es porque necesitas convencerte de que eres feliz, lo que en realidad siempre significa que no, no lo eres.
Que si estoy en crisis, hacerme el fuerte solo sirve para vender una imagen, no para salir de ella.

He aprendido lo que cuesta ser feliz si vives abrazado a la tristeza.
Que los miedos, los complejos, los problemas, las dudas de cuando se escapen las mariposas es algo con lo que ya cuento.
Que lo más bonito no es el 'nunca nadie como tú' durante, sino mucho después.
Que la suerte de tu vida expresado así es, precisamente, el canto de un loco.
Lo bonito que puede llegar a ser un 'vete' mientras se agarran a ti con todas sus fuerzas con lágrimas en los ojos.
Que es difícil pensar que te mienten si, a la vez, te abren todas las puertas para entrar y destrozarlo todo.
Que es absurdo que te inviten a irte y te llamen para saber si has llegado bien, todos los días durante meses.. como si no te supieras el camino, todo recto sin coches que te puedan pillar.. recorrido mil y una noches.
Que si tienes algo que hacer, mejor hoy que mañana.
Que las gafas que te quieres comprar mañana están agotadas y que igual París la han invadido los alemanes cuando te decidas a ir de visita.
Que repetir mucho algo te hace creer en ello: Culpa. Dolor. Rencor. Soledad. Inseguridad. Complejos. Frágiles. Que quizás en eso te conviertes.
'Que cuando te marches creceré, recordando tantas partes que olvidé.'
Esto en verdad lo aprendió Dani Martín, pero me sirve.
Que no se madura con los años, sino con el tiempo. Con el tiempo que pasas junto a una persona en concreto.
Que una montaña rusa solo te ha gustado, si volverías a montarte.
Que igual ahora yo me convierta en un monstruo más que te atormente, que igual me preferías un poco más lejos, pero sigo estando o algo así.
Y que, por lo absurdo de ser un monstruo, prefiero ser una especie de sombra, como la de Peter que va allá todas las noches para que vueles a 'Nunca Jamás.'
He aprendido a no decir más 'siempre' ni 'nunca'.
'Que de ser todo eres nada', que al principio duele la hostia, pero que lo que permance es la sensación incómoda en el estómago cada vez que lo recuerdas.

Que yo ya viví una vez esperando que volviera la felicidad y que fue un desastre, que ahora sé que la felicidad no hay que esperarla, sino crearla.
También he aprendido que tengo más recuerdos de los que recuerdo cuando me acuerdo. Sí, tal cual. Tan absurdo como suena.
Que igual necesitaría una noche entera para no olvidar ni un detalle.
Y que yo ya tengo mi historia, que todos tienen la suya y que yo, por fin, tengo la mía.
Y he aprendido que para mí, por ahora, lo mejor y lo peor ya pasó, que en principio todo será plano, sin sobresaltos.

E igual he aprendido que una decepción a tiempo te priva de vivir una pequeña mentira.
Pero que el mayor reconocimiento a veces es un: "Aquí lo tengo todo. Gracias por tanta felicidad. Y perdona."
Que los finales no son sinónimo de fracaso, que algo con final bien puede ser éxito por la victoria de haber sido tanto tiempo feliz.

Y quizás lo menos importante, que la primera vez no es la más bonita.
Que la milésima vez, cuando ya te la sabes de memoria, es la mejor.
Pero bueno, ese, ese ya es otro tema.




jueves, 1 de mayo de 2014

Casarme de blanco.

Recuerdo haberme quedado dormido con un paraguas en la mano y una chica, que se acercó sin darme cuenta, en la otra. Llovía como nunca antes.
Me desperté en mi cama con un dolor de cabeza parecido al de una buena resaca, que yo jamás he experimentado.
Ella ya estaba vistiéndose, pregunté:  ¿qué hora es?
Me respondió que era tarde, que habían pasado 20 meses y que todo esto, ahora mismo, no era la felicidad.

Yo, despeinado y con los ojos cerrados, me acordé de que aquellos 20 meses fueron un sueño, lleno de felicidad, y ella aparecía.
Sin tiempo de reacción, decidí que el sueño fue maravilloso y que ella no podía irse.
( Algo de real tuvo el sueño, ya que mi barba sin duda había crecido acorde al tiempo. )
Pero ella tenía prisa. Como la princesa que, por casualidad, siente el guisante y pasa la prueba.
Me dijo que ya no era lo mismo, disfrazando un "ya no soy la misma".
Respondí: "¿Cómo va a ser lo mismo? 20 meses. Un ogro al principio. Un cuento de hadas con espinas. Y un balazo veraniego que me dejó KO. Mucha felicidad, mucha dificultad y mucho tiempo. "Claro que no es lo mismo, gracias puedo dar de estar vivo."

"Quédate, esto es asi, la felicidad está en valorar lo mucho que nos hemos dado y pelear por ello." Ella, diferente, echó en falta unas mariposas y una ilusión que se desgastan con cada duda.
¡Me tendríais que haber visto! El equilibrista intentando convencer a la montaña rusa de las emociones que la felicidad es, también, rutina.

Se fue a vivir la vida real, saludaba cuando pasaba por mi casa, hasta el día que le dije que ya bastaba, que en mi vida real ella nunca existió y que si no quería soñar, yo tenía que irme para seguir mi camino como quien pasa de vivir en un volcán a tirarse una vez e intentar salir vivo.

No contó con ello, se echó a llorar y soñó cuatro largos días más entre lágrimas de tristeza y de alegría. Como si el enorme dolor por aquella pérdida significara otra cosa distinta al amor.
Como si de repente todos los bebés crecieran, todos los pequeños animales se hicieran grandes, como si se acabaran todas las películas en todas las salas que habíamos estado, como si toda playa que habíamos pisado se quedara sin agua, como si cada parte de mi casa (y de la suya) en la que hicimos la felicidad, el cariño y el amor cayeran en un profundo maleficio.
Aún le dio tiempo a decir que ojalá en un futuro vuelva el pasado, tan irreal y contradictorio como suena.
Y se acabó.

Me dio un beso, calcados a los del sueño, y se marchó jurando que nunca jamás había soñado como conmigo y que no sabría si iba a volver a soñar (tanto).
Después nunca volví a verla, o quizás sí, solo que en la calle ya no la reconozco.
Yo, aún sin creer lo que ocasiona un guisante, me largué entre el jaleo de la gente: "no eres de su mundo, ella ahora está en casa."
Pensé que tenían razón, me di dos golpes en el pecho y me sentí orgulloso de haberlo disimulado tanto tiempo. Y me fui como aquel que se va de una boda a la que nadie le invitó.

De todos modos, la caja de los recuerdos me la quedo.
Es blanca, como el color del que me quiero casar en un futuro, por desentonar un poco con el típico negro.
Me la quedo por si algún día necesito abrirla, como quien lee una receta: "ah, bien, esto era la felicidad!?"
Ella bien puede estar coleccionando más vivencias en una caja que, os prometo, no es blanca., pero sí puede ser la correcta, que es lo que importa.

Yo, acostumbrado en realidad desde siempre a vivir entre la añoranza y la soledad, "nunca caminaré solo" como dice aquella pancarta de Anfield.
Porque quien acostumbra a ello, nunca se siente así.

Al final, aún pidió perdón por el dolor causado, como lo piden aquellos que están más fuera que dentro.
Y me lanzó, sin quererlo, un desafío: "Te has portado genial. Que todo te vaya bien. Mereces ser feliz."
Sin saber que merecer ser feliz parece ser el primer paso para dejar de serlo.

Yo, que algo creo saber de esto, aturtido por el final, le dije gracias por este sueño y no guardaré rencor por el despertar, que no estuvo a la altura.

Por mi parte, no habrá más cajas de recuerdos, ni algo parecido, hasta poder leer bien las cicatrices.
Porque mis cajas, todas blancas, acostumbro construirlas a mano y con mucho mimo, como quien pinta un huevo de pascuas temiendo que quede algún picotazo.

Me querría despedir cual caballero, con un beso en la mano y una sonrisita pícara.
Consciente de que el dolor que causa una persona que abandona, a la larga, por lo visto siempre es victoria, o eso parece decir el jaleo de la gente.

No lanzé desafío alguno sabiendo que la vida de por sí no es fácil y que la felicidad dos días, dos semanas o dos meses es bien, pero la felicidad durante 20 meses es complicada de lograr y no llega por casualidad.

Algún día podré hablar, sin fisuras, de la felicidad que he sumando.
Ya lo decía la canción, "it's time to win some or learn some."
Y ganar, he ganado más alegría que la pérdida final. Y aprender, he aprendido más de lo que me hubiera gustado. Aunque esa persona desapareció, la caja de recuerdos, pesada, queda ahí.
El sueño acabó y yo sigo pensando en casarme de blanco, consciente ya, desde hace tiempo, que el equilibrio bien se encuentra en mi y no en los demás.

Que ser el equilibrista es hacerlo como Xabi sobre el campo, sin altibajos, siendo regular.
Dar pausa, acelerar, ser cauto, pase en corto, pase en largo, que todos tus equipos hablen bien de tu etapa allí y todos te echen un poquito de menos. Hasta que llegue el equipo que diga: "tú quedate aquí y no te vayas nunca que te necesitamos, aún tras varias temporadas."
En definitiva, dar el pase antes de marcar el gol, crear la felicidad antes de buscarla, dar equilibrio antes de recibirlo.
Un hombre tranquilo.